Provincianismos

Mi texto «Contra los panoramas literarios» acaba de aparecer en la revista EN TIERRA DE TODOS, dirigida por Gabriela Vadillo, y puede leerse AQUÍ. En él expongo brevemente mi opinión sobre las literaturas estatales y regionales (sobre todo ahora que voy de vacaciones a Campeche y ando reuniendo material para una antología del Sur). Necesario leerse junto a «Literatura sin provincianismos» de Kenia Aubry, a quien agradezco haber afirmado que esta bitácora es «seria, crítica y divertida«.

Utilidad de los poetas muertos (con ejemplo)



Aunque ustedes piensen lo contrario,

los muertos son cada día más útiles.

Hernán Lavín Cerda

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VIDA, MUERTE Y REEDICIÓN

De los poetas sabemos esencialmente pocas cosas, en especial que son proclives a morirse. De hecho, a muchos no los leemos hasta que los diarios los anuncian ya difuntos. Es de todos conocido que ninguna publicidad tiene tanto poder de venta como un obituario ni un libro tanta capacidad de admiración como un aniversario luctuoso.

Es quizás esta relación con la muerte, que los poetas hablan tanto de ella o la buscan en lugares tan recurrentes como las botellas de alcohol o los prostíbulos. Y es quizás también por eso que los poetas llaman auténtico o underground a lo que es simplemente insalubre. La muerte los ronda desde que se asumen como autores de versos, sobre todo porque la muerte es temáticamente más respetable y proporciona ese toque de infelicidad, siempre atractiva cuando te dedicas a la literatura. Es comprensible entonces que, por ejemplo, José Gorostiza se debatiera entre llamar a su poema más importante “Muerte sin fin” y “Vida sin fin”, y al final se decidiera por la muerte. (Esto es un hecho verídico, la explicación de su viuda, Josefina Ortega, es que Gorostiza “era muy trágico”).

¿Significará esto que los poetas sirven más cuando ya fallecieron que estando vivos? A principio de cuentas se diría que sí. Pienso que quizás no se equivocó Luis Cernuda cuando dijo: “¿Qué país sobrelleva a gusto a sus poetas? A sus poetas vivos, quiero decir, pues a los muertos, ya sabemos que no hay país que no adore a los suyos”. Pocas cosas aseguran tanto la inmortalidad como hablar de la muerte, pero también pocas cosas reditúan tanto al mundo cultural como un poeta muerto. Uniendo ambas perspectivas tenemos que un poeta muerto que haya hablado de la muerte –admitamos que son pocos los que no lo han hecho- es una oportunidad de ensueño para el aparato cultural de un estado y una región.

Lo anterior nos lleva a una cuestión aún más importante: ¿sirven de algo los poetas vivos? No para mucho. Por lo menos eso consideró el cónsul para el que José Gorostiza trabajó en Londres en 1928. Antes de la llegada del tabasqueño, su amigo Eduardo Luquín, empleado de la Legación de México, llevó a la oficina un ejemplar de Canciones para cantar en las barcas y recomendó al cónsul y a los otros empleados que lo leyeran. ¿Qué es lo que consiguió?, se pregunta Guillermo Sheridan en un divertido artículo y él mismo se responde: Que desde antes de su llegada, Gorostiza fuera marcado con el mote de “el Pueta”.

La anécdota es vergonzosa si atendemos al tono con el que Gorostiza admite que hubiera sido mejor que sus compañeros no supieran que escribía poesía, pero es reveladora si observamos la opinión del propio cónsul en el sentido de que un poeta no iba a servir de mucho en la oficina (y posiblemente en ningún otro lado).

Pero el tiempo y la muerte se han puesto del lado de Gorostiza.  Su poesía –y la poesía en general- han tenido muchas más aplicaciones prácticas que las que la gente práctica ha querido ver. Los expertos en marketing, los asesores, las consultorías, han obviado la manera en que los poetas mueven el mundo cultural, producen riqueza y dan empleo, sobre todo si su centro de operaciones está tres metros bajo tierra. Con el siguiente ejemplo esperamos zanjar esas carencias.

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APLICACIONES PRÁCTICAS DE JOSÉ GOROSTIZA (DESPUÉS DE MUERTO)

“Muerte sin fin” es el producto más importante del siglo XX mexicano en el rubro de “Poemas para elogiar”. Es el único texto con el que podríamos tener afirmaciones contundentes que lleguen hasta el Virreinato. Ejemplo: “Desde el Primero sueño de sor Juana no teníamos en México, un poema que…” y aquí se pone alguna aseveración que quisiéramos para nosotros mismos. Por tanto su capacidad de mover dinero es notable y pongo sobre la mesa apenas tres propuestas:

Los Congresos. Gorostiza no solo cabría en los encuentros dedicados a los grandes poemas de la literatura mexicana, en los coloquios sobre los Contemporáneos, en las reuniones internacionales sobre “El Poeta y la Muerte”, sino también en los homenajes institucionales a la literatura de Tabasco, en los encuentros regionales de escritores o en las pequeñas semanas que las universidades públicas y privadas dedican al tema de la muerte. Es decir, Gorostiza se adapta a todos los presupuestos. Es tabasqueño y universal y “Muerte sin fin” se moldea a cualquier interpretación, homenaje o suplemento de periódico como el agua se amolda a la forma de un vaso.

EJEMPLO 1

Digamos que una eminencia noruega va a presentar un estudio sobre la influencia del Eclesiastés en “Muerte sin fin” durante el Congreso Internacional sobre José Gorostiza. Así las cosas, tendríamos que la sola imagen del sueño como mentira y reflejo provocaría ingresos en una aerolínea, en un hotel, en un restaurante y en al menos seis artesanos. Si añadiéramos los ingresos de autobuses por una oncena de poetas de la Península de Yucatán, a quienes no les quedó otra más que leer –perdón, releer- “Muerte sin fin” para debatir su influencia, tendríamos que José Gorostiza estaría moviendo solo en transporte una cantidad comparable a un pequeño equipo de futbol.

La labor editorial. Fue Jorge Cuesta, amigo de Gorostiza, quien afirmó que los clásicos de la poesía llegan a serlo porque evitan el regionalismo. Pero un clásico se define también por la cantidad de tesis que puede soportar. “Muerte sin fin” es clásica en ambas vertientes: por sortear su localismo y por ser lo suficientemente críptica para tener exegetas en cada generación que egresa de Filosofía y Letras. Y es que, dada la naturaleza difícil del poema, se puede tomar un glosario de cualquier Historia de las Doctrinas Filosóficas, poner sus conceptos en el buscador de palabras del Acrobat Reader, medir cuáles son los vocablos que se repiten con mayor frecuencia en “Muerte sin fin” y mezclarlos al azar hasta que terminen diciendo algo:

EJEMPLO 2

Modelo de análisis de “Muerte sin fin”: “El poema de Gorostiza entraña [siempre hay que usar una palabra que dé la idea de que nos sumergimos en el texto] la Duda del Hombre sobre Dios como Ser Creador [acá ya abarcamos cuatro conceptos]. ‘Muerte sin fin’ plantea el problema esencial del proceso creativo tanto en el terreno Humano como en el Divino: el problema de la Forma y la Sustancia [como se ve, un análisis literario parte de sustituir los lugares comunes por abstracciones]”.

Lo bueno de los poemas de difícil lectura es que producen estudios cuya lectura se antoja todavía más difícil. Pero lo mejor de estos análisis es que nunca se agotan. Eso garantiza otra veintena de coediciones críticas de “Muerte sin fin”, con dinero del Estado. Además, en el terreno editorial, Gorostiza posee, como Rulfo, la ventaja una obra breve, de modo que para un rescate de sus papeles perdidos podremos presupuestar un proyecto que incluya a 4 paleógrafos, 6 expertos en su obra, y 2 programadores que se encarguen de los PDF’s.  Si fue el mismo Gorostiza quien definió la publicación de su primer libro como una especie de “liquidación espiritual” no temamos entonces ofrecer al por mayor sus saldos literarios en bodega.

El espectáculo teatral. Como hemos apuntado, “Muerte sin fin” es flexible con los gastos: si pretendemos algo sencillo, un atril y dos recitadores pueden servir. También se pueden compilar una serie de canciones populares que hablen sobre la muerte e intercalarlas con la lectura en voz alta del poema. Sin embargo, mucho ayudaría contar con un presupuesto a prueba de auditorías y arriesgarnos a una representación de mayor envergadura.

EJEMPLO 3

Una obra de teatro experimental con personajes alegóricos como el Vaso de Agua, el Diablo o el Dios Inasible. El montaje contemplará un desfile que incluya ángeles, muertes niñas y un delfín apolíneo. Gorostiza es rico en imágenes que podemos utilizar como performance: soltar aves entre el público mientras una voz en off dice: “un más allá de pájaros en desbandada”. Incluso si la idea es hacer teatro de vodevil, una chica podría leer una prueba de embarazo mientras dice: “¡Sí, es azul! ¡Tiene que ser azul!”

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EJEMPLO 4

Una ópera: cuarenta artistas en escena, una orquesta sinfónica y los niños cantores de Huimanguillo interpretando la ronda infantil “¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo”. Las dotes musicales de Gorostiza son del dominio público (cuenta Eduardo Luquín que en los bailes, el poeta se encargaba del fonógrafo, como una suerte de DJ). Y dado que Gabriel Zaid tiene razón cuando afirma que “Gorostiza es uno de los pocos poetas modernos que ha sabido cantar canciones”, no será difícil ponerle música a estrofas como la siguiente:

Pobrecilla del agua,

ay, que no tiene nada,

ay, amor, que se ahoga,

ay, en un vaso de agua.

Ahora imaginen esto entonado por un coro de finalistas del CANCIONISSSTE, cuyo conocimiento de la muerte es casi empírico, y el resultado no puede ser menos que un orgasmo escénico.

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UNA MUERTE SENCILLA, JUSTA, ETERNA

Comprobada ya la capacidad redituable de la poesía y de los poetas muertos, habrá que atender algunos puntos esenciales:

-Ningún Estado puede permitirse más de 4 poetas muertos por año y no más de uno por mes. En caso de que eso suceda, lo mejor será esconder la muerte de uno de los poetas y sacarla a relucir en temporada baja como si acabara de acontecer.

-Habrá que realizar una correcta distribución del dinero público, a fin de que un mismo poeta no gane una beca, un premio y aparte se muera durante un mismo sexenio. La regla básica es: las becas a los jóvenes, los premios a la mediana edad y las ediciones de lujo a los difuntos.

-Una entidad federativa no produce más de 4 escritores grandes por siglo. Entre cada uno de esos homenajes deben mediar al menos tres años. Cuando dos escritores grandes coincidan en un aniversario de nacimiento, tendremos que celebrar no el natalicio sino la defunción de uno de ellos. Si dos escritores nacieron y murieron el mismo año, tomaremos como referencia el año de publicación de su obra más importante.

-Los homenajes a poetas muertos deben representar al menos el 15% del presupuesto destinado a la cultura.

El nazi del cuarto de baño


Tengo la impresión de que el transporte urbano entraña la esencia del contrato social: la fatalidad de coincidir con gente indeseable. Es decir, en un camión, el único móvil para que las personas se encuentren es el azar y de esa manera la vida establece su más terrible lección. Como metáfora de la existencia, el microbús no sólo nos enseña que la velocidad del mundo está fuera de nuestro alcance, sino que nuestros compañeros de viaje son personas a las que uno no quisiera ver tan seguido. Deseo imposible de enunciar en ciudades tan pequeñas como Campeche.

–¿No le sorprende encontrarnos de nuevo?— me dijo aquella tarde un tipo al que yo no había advertido en el asiento de atrás.

–Perdón, ¿quién es usted?—pregunté tembloroso sólo de pensar en un desconocido que anda por ahí memorizando mi cara.

–Rubén. Hemos coincidido como siete veces en la misma ruta y siempre lo veo tan callado, tan alejado del mundo que sentí ganas de platicar con usted.

El tipo se sentó a mi lado y no opuse resistencia, posiblemente porque era demasiado tarde para prender el iPod o sacar un libro.

–Hay un calor terrible—me dijo, un poco para cumplir la cuota meteorológica que tienen todas las conversaciones— ¿y sabe qué es lo peor del calor?

–Quiero creer que una veintena de turistas artríticos en bermudas paseando por el Centro Histórico.

–Cerca, pero no. Lo peor son los insectos. Salen de todos lados, cruzan tu sala y tu baño, trepan tus paredes. Nadie sabe que su casa está llena de bichos, parásitos y sabandijas hasta que toman por asalto la cocina. Y es terrible. Lo peor, se lo aseguro.

El tipo parecía un loco hablando de las voces en su cabeza; cómo ansié tener una cartulina de Rorschach tan sólo para corroborar esa sospecha.

–¿Qué piensa al respecto?—me inquirió.

–Que si yo fuera su hijo lo pensaría dos veces antes de estudiar entomología

Pronunció “ja” una sola vez. Esa cicatería para racionar su propia risa me hizo temblar de nuevo. Hubiera preferido un mohín de enojo.

–Y el peor insecto, ¿sabe cuál es?: la cucaracha –las puntas de sus dedos se unieron, como aquel que desarma una miniatura–. Nunca acabas con ellas, no importa qué hagas, siempre están ahí, saliendo de los rincones, haciendo ese insoportable ruido sobre el periódico viejo, pasando sobre los cepillos de dientes.

Yo ya me estaba sintiendo mal del estómago, pero no le dije nada; tan sólo hice un ademán para que continuara.

–Le confiaré algo. Yo era de la vieja guardia. Veía una cucaracha y un segundo después, ya tenía el zapato a la mano para aplastarla de un solo golpe. Y tenía buena puntería, eh, no se me escapaba ninguna. Pero mi mujer empezó a quejarse de las manchas que quedaban en los azulejos del baño. Me dijo: “Rubén, para eso está el insecticida”. Yo no quería comportarme como una señorita, de aquellas que se defienden de un violador con gas pimienta. Yo soy un hombre, se lo aseguro.

–¿Y cómo le hizo?–pregunté—, es bastante difícil no hacer ruido mientras se andan aplastando insectos por ahí.

–No tuve otra opción más que ceder. Una noche llegué borracho a casa y Andrea estaba a medio dormir. Entré al baño y vi una cucaracha en la pared. Pensé que si trataba de aplastarla acabaría por despertar a mi mujer, porque mis reflejos estaban… usted imaginará. Así que vi el bote de insecticida a un lado y lo utilicé. ¿Y sabe una cosa?: me gustó. No sabe el placer que se experimenta ante la muerte lenta del enemigo. Yo echaba el insecticida y la cucaracha corría por su vida porque pensaba seguramente que la perseguiría. ¡Pobrecita, si supiera que ya estaba condenada! Yo apenas logré apoyarme en el lavabo para ver el espectáculo: cómo el insecto se retorcía e intentaba ocultarse, cómo le fallaban las patitas, cómo finalmente dejaba de moverse.

–Oiga, usted, es un poco sádico eso, ¿no le parece?

–¿Cómo puede tener misericordia con una cucaracha? Son oscuras y asquerosas y provocan ese hormigueo horrible si de casualidad anidan en el pantalón y usted no se ha dado cuenta.

–Sí, disculpe, no puedo ver un insecto sin pensar en Gregorio Samsa. ¿Conoce esa historia? La de un tipo que un día despierta convertido en un insecto.

–Sí, sí, la leí en la preparatoria; salía un judío o algo así –respondió para neutralizar cualquier intento de literatura en esa conversación–. Pero a donde quiero llegar es que un método tan sutil me dio un alivio sorprendente. Era una especie de terapia. Soltaba el gas, cerraba el baño y me sentaba junto al estéreo a esperar, mientras escuchaba algo de música…

–¿Qué ponía usted?, ¿Wagner? –espeté pero el tipo siguió su relato, sin detenerse en mi comentario.

–…Unos 15 minutos más tarde regresaba al baño para contemplar mi obra. Al final de la jornada podía ver los cadáveres apilados de las cucarachas y sentir que había cumplido con mi deber.

Tosí. La plática ya estaba tomando una vertiente insoportable.

–Lo único que me frustra es que no se acaben todas las malditas cucarachas de una buena vez. ¡Qué protección divina tienen para volver siempre, caramba!

Quise aminorar la tensión aventurando una hipótesis.

–No sé. Piense que las cucarachas al morir van al Cielo de las Cucarachas, donde todo es basura y hay cajas con restos de pizza por todos lados. Pero ¡ojo!, como todo el mundo ha matado millones y millones de cucarachas a lo largo de los siglos, el Paraíso está sobrepoblado. ¿Qué hacen entonces los administradores del Cielo de las Cucarachas?: endurecer su política migratoria: repatrían a todas las cucarachas a sus lugares de origen. De modo que no es que haya muchas cucarachas en la actualidad sino que son las mismas reviviendo una y otra vez.

Esta vez Rubén pronunció dos “jas”; me sentí alguien tan gracioso como Jerry Seinfeld.

–Es usted un joven bastante ingenioso. A Andrea le encantará conocerlo. Quizás pueda usted verme en acción, eliminando los insectos del baño o los ratones de la cocina.

Quise desistir de la invitación, sobre todo porque ya estaba hablando de matar seres más evolucionados.

–No aceptaré un “no” por respuesta –dijo.

Aunque el “plaguicidio” no ha sido catalogado –aún– como una psicopatía, el tipo provocaba en mí una voz interior que decía: “huye”. Quise bajarme en la esquina siguiente, donde un grupo de muchachos esperaba el transporte, pero recordé que el tipo aquel sabía algo terrible de mí: cuál era mi parada cotidiana. En consecuencia permanecí en el asiento, apenas asumiendo esa posición de nerviosismo que tanto me critica el ortopedista.

–Y pensar que he conocido a gente tan cobarde y rastrera como una cucaracha –me confió Rubén al oído, cuando el minibús se detuvo.

Entonces no dudé y bajé a toda prisa del camión, aprovechando el tumulto. Me da vergüenza aceptar que parecía un roedor que reacciona tal y como desea el laboratorista.