Edipo, rey y tirano

POR CARLOS GARCÍA GUAL

En el título de la tragedia Oidípous tyrannos puede sorprender que Edipo sea calificado de “tirano” y no de “rey”: basileús. Creo que la distinción es interesante, si bien resulta correcto traducir ahora el título como Edipo rey, puesto que la palabra “tirano” tiene en nuestra lengua un sentido peyorativo que aún no tenía en la época de Sófocles. Pero, admitiendo que la traducción de tyrannos por “tirano” sería un tanto desacertada, ya que esa palabra cobró luego, desde la crítica democrática y atendiendo al perfil de los tiranos más despóticos, una connotación aún más negativa, cierto valor ambiguo de la palabra ya existía en la Atenas de mediados del siglo V. (Digamos de paso que es probable que el título original de la tragedia fuera solo el de Edipo, tal como lo cita en sus menciones Aristóteles, y tyrannos un añadido postaristotélico, para distinguir la obra de otros Edipos). Pero el texto de Sófocles utiliza frecuentemente el término al referirse a Edipo; y tanto tyrannos como tyrannís (“tiranía”) son palabras importantes en la obra, unas veces en boca de los personajes y otras en boca del coro (hay 14 menciones de los términos tyrannos y tyrannís). Esto debió de sugerir el título de Oidípous tyrannos.

Lo que diferencia al “tirano” del “rey” o del “arconte” es que el tyrannos es una persona que se ha hecho con el máximo poder al margen de la sucesión habitual en el trono y, por sí mismo, gobierna la ciudad con un poder excepcional y casi absoluto, más allá de las normas tradicionales. Es, casi siempre, un extranjero, un xenos, como lo es Edipo, vencedor de la Esfinge, al menos en apariencia. (Hasta que se revele, al final, paradójicamente, como hijo de Layo, es decir, del rey anterior, basileús de la estirpe de los Labdácidas).

La palabra tyrannís, un término que aparece en griego por primera vez en el poeta Arquíloco (siglo VII a. C.) referida al poder del rey de Lidia Giges, en la Atenas democrática del siglo V, mucho después del tirano Pisístrato y sus hijos, había cobrado un tono marcadamente despectivo, aunque no alcanzara aún la fuerte denotación negativa posterior. En la tragedia de Esquilo Prometeo encadenado Zeus es llamado “tirano” y su gobierno cósmico “tiranía” por el rebelde Prometeo (que, a su vez, es calificado por el dios Hermes de “sofista”). Por otra parte, incluso una democracia como la de Atenas, en su vertiente de potencia imperialista, podía ser vista como una tyrannis, como señala el mismo Pericles (en Tucídides, II, 37). Cuando el propio Edipo se califica a sí mismo de tyrannos y a su gobierno como tyrannís (Edipo rey, verso 380), no es de por sí un reproche, evidentemente. Pero sí parece haberlo en la frase del coro, ya muy avanzada la trama, hybris phyteúei tyrannon, “la violencia engendra al tirano” (verso 873), que relaciona directamente el poder tiránico y la hybris, término que implica “desmesura, violencia, trasgresión de la justicia” y que es el pecado o error por excelencia del héroe trágico. (Es cierto, por otro lado, que se trata de un pasaje de muy difícil interpretación en su contexto. ¿A quién se refiere el coro con la advertencia de esa amenazadora hybris?).

Tiene Edipo algunos de los rasgos del tirano antiguo: se considera salvador de su pueblo y sabio, orgulloso de su prestigio, aclamado por todos como el “ilustre Edipo” (kleinós Oidípous; de nuevo, al final, cuando ya ha caído en su desgracia, el coro lo llama kleinós, en el verso 1207). Uno de los rasgos del tirano es su desconfianza hacia cuantos lo rodean, pues teme complots contra su persona para arrebatarle el poder. De ahí su tendencia a mostrarse receloso e intransigente. Y así se perfila Edipo, frente a Tiresias y Creonte. Se enfurece y lanza duras amenazas, aunque luego no las cumpla del todo. (Creonte se refiere a él, ya en su segundo encuentro, como tyrannos, verso 514). Porque es un gobernante preocupado por salvar, de nuevo, a su ciudad, y dispuesto a soportar cuantos males la aflijan, con tal de salvarla. Por eso Edipo no es, en un comienzo, uno de esos “héroes solitarios” de otras obras de Sófocles (como son Ayante, Antígona y Filoctetes). El pueblo de Tebas, angustiado por la mortífera peste, acude a él como a su legítima esperanza. (Igual ocurre en la escena inicial de Los siete contra Tebas, cuando el coro de mujeres despavoridas acude a Eteocles para que las defienda en el asedio de los feroces guerreros enemigos). Y Edipo se muestra benevolente y seguro, y, como el padre de todos, asume con la mejor voluntad su papel de semidiós protector de la ciudad. En un principio el coro de ancianos y sacerdotes está totalmente a su lado, y lo respalda fiel, confiado a fondo en la sabiduría y la valentía de Edipo, su rey heroico y magnánimo.

Pero a medida que avance la trama y se vaya descubriendo la verdadera historia del “tirano”, el coro pasará de la veneración inicial a una compasión y un temor crecientes, hasta admitir que su rey es el criminal buscado y lamentar que haya sido abandonado por los dioses. Aunque, aun así, el coro reconoce, en su tan azaroso y versátil destino, en esa sorprendente y ejemplar peripecia trágica, la conmovedora nobleza del hombre.

Ese unánime aprecio del coro es algo que no tienen otros héroes trágicos. En Antígona, por ejemplo, el coro expresa sus críticas claras frente a la postura intransigente y “autónoma” de la joven, por más que admire y reconozca su audacia heroica. Pero aquí Edipo no enfrenta a las leyes de la ciudad, sino que se sacrifica para dejarla a salvo. Más que en ninguna otra tragedia de Sófocles, el protagonista trágico actúa en defensa de la ciudad, y por ella está dispuesto a llegar hasta el fondo de su búsqueda y a sufrir sus consecuencias. Cierto es que, al final de la tragedia, cuando ya se ha convertido en el criminal buscado, condenado por sí mismo al destierro, Edipo piensa más en sus hijas que en la ciudad, y Sófocles no dice expresamente que con él se vaya la peste (aunque podemos imaginarlo). En la inversión de su fortuna, que aquí resulta tan ejemplar como absoluta, Edipo, pasando de ser un rey a un maldito, absurdo chivo expiatorio, cazador cazado, juez y criminal, investigador y delincuente, se empeña en su intenso afán de verdad. De ahí su grandeza, de ahí que, en su catástrofe, quede patente su magnánimo heroísmo.

Fragmento de Enigmático Edipo. Mito y tragedia (FCE, 2012).

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